Sólo sé que batallará en quitarme esto de encima de mí
O borrarte de aquí...
Mis abuelos son la historia de amor más hermosa que he conocido en mi vida. Mi abuela falleció el 4 de este mes. Nunca vi a mi familia quebrarse de tal manera, a mi papá, que ni siquiera era su hijo. Lo que había recuperado de confianza, salud y risas, se me fue al recordar la historia que escribí hace tiempo, en la que puse todo, todo de mí y que hasta la fecha me persigue, cada vez con más y más coincidencias. Ver a mi abuelo, a la persona más importante de mi vida, consolar a sus hijos es algo que jamás podré olvidar. Saber que, literalmente, no puede vivir sin su Esperanza, es algo que me parte el alma un poquito todos los días, porque yo no puedo vivir sin él, no imagino mi vida sin su presencia, sin su voz grave, sin su filosofía, sin sus cuentos de siempre. Pero ahora, él duerme con la luz prendida, y yo terminé por dormirme a las 6 diario, cuando tengo que levantarme a las 7.
Hace una semana exactamente, me enfermé como nunca en mi vida. No recuerdo el momento en que me subieron a la camioneta para llevarme al doctor, ni la medicina en las venas de mis manos, que siguen con una mancha negra por el efecto. Ya llevaba no sé cuánto con pastillas para dormir que simplemente no hacían efecto, así que las cambiaron por otras más fuertes, que a la media hora de tomarlas lograban que me quedara dormida sin sueños, sin pesadillas.
Si pienso en mi abuelo, no puedo evitar llorar. Y cuando lo veo, me obligo a comportarme como si nada pasara, porque él me dijo que necesita que esté bien, y sólo por él lo hago.
El jueves, después de un evento en la universidad, cambié de último momento el rumbo del taxi que me llevaba a mi casa a las diez de la noche, para que me dejara en la plaza de armas. Pasé por chocolate blanco a Punta del Cielo, y me fui caminando a mi rincón favorito en Durango, ese que he compartido solamente con el que creí era el amor de mi vida. Tenía un año sin ir, a pesar de pasar por ahí muchas veces.
En mi teatro solitario, se escucharon mis tacones como cuando era la niña de converse rosas y cabello larguísimo que leía todo el día y dejaba su alma en el escenario, o cuando era la enamorada de su Noah personal, con cabello de Audrey Hepburn que no paraba de escribir.
Respiré todo lo que amo de sus muros, de sus sombras, y sentada frente a él, sentí como esa fría noche de Octubre se llevaba aquello que me hacía daño, y sentí como mi fuerza y mis pasiones regresaban.
Pensé en mi abuela, en mi historia, en las últimas coincidencias, en mi abuelo, y lloré por última vez.
Adiós